Los líderes de las principales potencias económicas del mundo se reunirán el lunes y martes próximos en una Río de Janeiro militarmente blindada y en el marco de la cumbre del G20. Brasil espera el encuentro con especial expectativa.
Luiz Inacio Lula da Silva quiere anotarse una postergada victoria política como líder del multilateralismo y en parte depende de que la cita al más alto nivel concluya con una decisión inequívoca de avanzar en el proyecto de un impuesto a los multimillonarios. Las posibilidades de éxito se han debilitado: la Casa Blanca será ocupada por un magnate, Donald Trump, cuyas políticas impositivas, como ha sucedido en la primera administración, tienden a reforzar la plutocracia.
La primera sesión plenaria de la cumbre, el lunes, se centrará en el lanzamiento oficial de la Alianza Global contra el Hambre y la Pobreza que promueve especialmente el anfitrión.
«Muchos insisten en dividir el mundo en amigos y enemigos, pero a los más vulnerables no les interesan las dicotomías simplistas», recordó Lula en mayo pasado cuando los ministros de Finanzas del G20 acordaron en la misma «ciudad maravillosa» un «diálogo sobre una tributación justa y progresiva» que incluya «a las personas con un patrimonio neto ultraalto».
Impuestos a los más ricos
El plan ideado por el economista francés Gabriel Zucman se basa en un impuestoanual del 2% sobre el patrimonio neto total de los superricos. Zucman remarcó meses atrás que el 0,01% más rico de la población paga una tasa impositiva efectiva de solo el 0,3% de su riqueza. De materializarse este proyecto que los anfitriones impulsan con especial determinación se podría recaudar hasta 237.000 millones de euros anuales de los casi 2.800 multimillonarios de todo el planeta que cuentan con un patrimonio de unos 13,5 billones de dólares, de acuerdo con la lista de Forbes. Esa considerable suma se destinaría a mitigar las crecientes desigualdades globales, especialmente en los países de bajos ingresos que cargan el peso de abultadas deudas.
Unos 40.000 indígenas, campesinos, jóvenes de favelas (barriadas empobrecidas) y estudiantes desfilaron días atrás por la Plaza Mauá y sus alrededores, en el centro de Río de Janeiro para apoyar la propuesta.
Márcio Macedo, jefe de la Secretaría General de la presidencia brasileña y encargado de coordinar el G20 Social, recordó que en las próximas horas 20 personas se sentarán frente a frente para «definir los destinos de la humanidad, sin la participación del pueblo». Lula, en cambio, «ha llamado al pueblo a participar de este proceso».
En su momento, tanto Estados Unidos como Alemania expresaron su reticencia a respaldar lo que se reclamó en las calles. Argentina, en su giro hacia la ultraderecha, hará explícito su desacuerdo en la material. El llamado a «cooperar para garantizar que los más ricos sean efectivamente gravados», encontrará una mayor resistencia de Washington cuando asuma el poder el republicano.
Ucrania, Gaza y la cuestión ambiental
«Estamos negociando con todos los países los párrafos sobre geopolítica de la declaración final», dijo Mauricio Lyrio, jefe de la diplomacia brasileña en esta cumbre.
La cumbre de estadistas en el Museo de Arte Moderno tiene una agenda más amplia y candente con las guerras de Ucrania y Gaza, el comercio con China y el cambio climático, todos temas en los que la posición que ha sostenido Joe Biden son susceptibles de cambios de ruta con su sucesor. Biden, con quien Lula ha trabado una relación de empatía y compresión, hará escala el domingo en la Amazonía brasileña para defender la defensa medioambiental.
Será un discurso testimonial y de despedida. Trump dará vuelta de página a esa política que, para Brasil, escenario de sequías, incendios forestales y una terrible inundación en abril en Río Grande del Sur, comienza a constituirse en prioritaria. El año pasado, el G20 se declaró en India a favor de triplicar las energías renovables de aquí a 2030, aunque sin hacer ningún llamamiento a abandonar los combustibles fósiles.
Lula, quien ha calificado a Trump de «fascismo con otro rostro» no tendrá la misma interlocución con Washington a partir del 20 de enero.
El ultraderechista Javier Milei acaba de abrazarse con el multimillonario en su mansión y quiere desempeñarse como su representante regional. El presidente argentino tiene pensado viajar a Río de Janeiro y eso supone encontrarse aunque sea ocasionalmente con el anfitrión y el líder chino Xi Jinping. Pekín es el mayor socio comercial de Brasil y acreedor e inversor importante en Argentina. En cuanto a Lula, Argentina acaba de tener un gesto sutil de concordia.
La justicia solicitó a Interpol la detención de 61 bolsonaristas prófugos en Argentina de la justicia brasileña, tras haber participado de un alzamiento golpista del 8N. Milei, por otra parte, había anunciado un viaje al gigante asiático. Pero las novedades políticas en EEUU lo han obligado a postergar ese periplo. El extertuliano televisivo no se subirá a un avión mientras Trump no defina su política frente a China, de la que abundan indicios de un nuevo tiempo de mayores roces bilaterales.