«Ante los acontecimientos de Siria, sale el extremismo fascista para pedir que en Venezuela se arme también una guerra civil. No se equivoquen: el pueblo de Venezuela, en fusión perfecta popular-militar-policial, va a triunfar por el camino de la paz. Ni Irak, ni Libia ni Ucrania ayer, ni guerra civil hoy. Y si la batalla de Ayacucho fue el Waterloo del imperio español, si se atrevieran, señoras fascistas, sería el Waterloo de todas las conspiraciones y se arrepentirían por 100 años». La interminable perorata de un Nicolás Maduro crispado, al borde de un ataque de nervios, exhibió sin tapujos esta semana cómo la caída de su viejo amigo y aliado Bashar Asad ha hecho temblar los cimientos de la revolución bolivariana a menos de un mes de la juramentación fraudulenta del 10 de enero, el Día D de Venezuela.
El colapso del que parecía invencible régimen de los Asad, tras 54 años de dictadura, ha causado un profundo impacto, y no sólo en el palacio de Miraflores. Tanto en el habanero palacio de la Revolución y en Villa El Carmen de Managua, tan cercanos durante décadas a Hafez Asad y a su hijo, han lamentado profundamente tan inesperada derrota.
Los paralelismos entre todos ellos, más que sus propias alianzas, de mayor o menor grosor, son evidentes: el régimen castrista está a punto de cumplir 66 años; Daniel Ortega avanza a los 28 años al frente del país centroamericano en dos etapas distintas y el chavismo alcanzará 26 años en febrero. Más de un siglo entre las tres, el ecosistema político más longevo, y decrépito, de América.
Las tres dictaduras están sitiadas por ellas mismas y sólo se sostienen amparadas en su fuerza militar y represiva y por sus alianzas internacionales. Han perdido al pueblo y son presas de su propio fracaso sistémico, multiplicado además por una corrupción sin límites.
Y ante semejante situación, la sociedad democrática que late en las tres naciones ha recuperado de golpe la esperanza con la caída de las estatuas de los dictadores sirios, con la liberación de los presos políticos de Sednaya y con las interminables caravanas para regresar al país. La constatación palpable de los sueños de millones de cubanos, venezolanos y nicaragüenses.
«Vemos cómo otras tiranías, que han tenido los mismos aliados, colapsan ahora. Cuando menos lo esperaban, en cuestión de horas, como en Siria. Sabemos lo que tenemos que hacer, vamos a hacer Justicia por cada una de las víctimas, que además vamos a liberar», disparó María Corina Machado, líder opositora venezolana, nada más concretarse la caída del carnicero de Damasco. Entre las tres dictaduras superan hoy los 3.000 presos políticos, pese a las liberaciones que se están produciendo en los últimos días.
«Las dictaduras siempre caen, esa es una regla de oro. El gran problema es que al igual que la de Siria, la dictadura de Ortega Murillo (se refiere a Daniel y a su mujer Rosario, quienes encabezan una dinastía) induce a un sufrimiento enorme al pueblo nicaragüense, como sucedía con el pueblo sirio que tomó las armas para liberarse de esa tiranía, con un gran desafío ahora para la democratización del país. Las dictaduras caen pese a que pretendan tener fuertes respaldos internacionales, sobre todo el respaldo de Rusia. Ortega y Murillo confían en que tienen un gran apoyo entre los rusos y los chinos, pero la verdad es que los rusos no son aliados más que de ellos mismos», profundizó para EL MUNDO quien fuera la comandante dos, Dora María Téllez, figura clave de la revolución sandinista para acabar con la dictadura de los Somoza, pero desterrada hoy de su país tras enfrentarse a Ortega, su antiguo compañero de armas.
Eran otros tiempos, pero las dictaduras son parecidas. Así piensa Manuel Cuesta Morúa, vicepresidente del Consejo para la Transición Democrática en Cuba, y así se lo cuenta a EL MUNDO desde La Habana: «Más allá del hecho de que no hay dictadura eterna, está el asunto de cuán importante resulta para las autocracias el apoyo de otras autocracias más fuertes. Una vez retirado el apoyo, por las razones que sean, aquellas se desmoronan. Otro punto tiene que ver con la percepción de las democracias occidentales sobre la falsa solidez de los autoritarismos periféricos. Internamente envía un mensaje de esperanza a quienes luchamos por la democratización y las libertades fundamentales».
La rebelión popular de 2018 en Nicaragua, el estallido social del 11J de 2021 en Cuba y las protestas tras el megafraude chavista de este año pusieron a los tres regímenes frente al espejo. Y los tres reaccionaron igual: con una represión sin precedentes en este siglo ante el pánico a perder el poder, sabedores de que ya no cuentan con el respaldo de los pueblos. El plan se ha perfeccionado con el paso del tiempo, tan sofisticado que Nicaragua camina con paso firme para convertirse en la Corea del Norte de la región, sin oposición interna, desterrada u obligada a exiliarse. En Cuba, pocas voces críticas, como Morúa, permanecen libres en la isla. El resto, en la cárcel, como José Daniel Ferrer, líder de la Unión Patriótica de Cuba (Unpacu), o como el artista Luis Manuel Otero Alcántara, al frente del Movimiento San Isidro. O en el exilio.
Y en Venezuela, lo cuentan los periódicos día a día: Machado en la clandestinidad, casi 200 dirigentes presos y el resto escondidos o exiliados, como el presidente electo (para EEUU, Italia, Ecuador, Costa Rica y Panamá), Edmundo González Urrutia.
«Siempre que cae una dictadura feroz, que la gente había vaticinado previamente que no iba a caer, es motivo de esperanza. Independientemente de que cayó por la fuerza, que es el gran problema para quienes luchan contra las dictaduras en América Latina. La oposición ha rechazado por convicción y por falta de recursos el uso de la fuerza, pese a que no se puede rechazar de forma normativa: el repertorio de acciones y organización que surgió después de las transiciones de los 80 y que se popularizó después de la post Guerra Fría, con métodos como las elecciones y con formas organizativas como las ONG y la incidencia global, están en parte agotados. Los regímenes que enfrenta son maximalistas, se salen de un consenso mínimo democrático», detalló el historiador Armando Chaguaceda, principal experto en revoluciones del continente.
Si una lección deja la caída del régimen sirio, es que el juego ha cambiado: uno de los jugadores, el principal aliado de las tres dictaduras, no es tan temible como parecía.
«A los efectos de la élite de poder, y no sólo en Cuba, es un shock psicológico. Que no se hagan la menor ilusión, no van a venir los rusos para protegerlos. Tampoco los estadounidenses van a creer nunca más que el envío de barcos y submarinos rusos al Caribe va a suponer ninguna amenaza. Ya saben que a los dictadores de la periferia los dejan abandonados. Esa sombrilla nuclear que primero Fidel Castro y luego Raúl intentaron obtener de parte de los rusos, nunca se ha logrado materializar», confirmó a este periódico Juan Antonio Blanco, presidente del laboratorio de ideas Cuba Siglo 21.
El derrumbe sirio y sus consecuencias coinciden además con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca y, sobre todo, con el desembarco de Marco Rubio en el Departamento de Estado. Pocos como el senador cubanoamericano, que ya ha anunciado que presionará con fuerza a las dictaduras, conocen sus debilidades.
Pero más allá del imperio del Norte, la pelota hoy está en el tejado de las sociedades bajo la bota militar de las revoluciones. Y, por supuesto, de sus dirigentes. «Si las oposiciones pacíficas y democráticas no exploran métodos disruptivos, que no tiene que llegar a ser el terrorismo porque éticamente es indeseable y te convierte en quien combates, la cuesta será muy larga, Y tampoco la invasión, porque no tienes forma de que un ejército ocupe territorio, como sí pasó en Alemania y Japón después de la guerra mundial. Pero sí con formas disruptivas que abarcan presión, acciones como la decapitación del alto mando, actos de compra de ese alto mando, incluso con hackeos y uso de drones… Si no se prueban esas cosas, insisto, la cuesta será muy larga», profundizó Chaguaceda.
Con la caída del régimen sirio, Maduro, Díaz-Canel y Ortega ya saben que los militares son leales hasta que dejan de serlo. Por si acaso, el tirano nicaragüense ya ha prohibido el uso de drones en su país.