Por: Daniella Henríquez Isava
¿Qué tienen en común tres mujeres tan distintas entre sí? Una influencer veinteañera de Barcelona, acostumbrada al ruido de las redes y los focos. Una mochilera argentina que se mueve por el mundo con una mochila al hombro y pocas certezas. Y una periodista venezolana, con media vida vivida en Madrid, entre grabadoras, agendas y la eterna búsqueda de historias que merezcan ser contadas.
La respuesta no está en un mapa. Está en un lugar del sur de España, a orillas del Mediterráneo. Se llama Fulanita Fest, y es el único festival lésbico de Europa.
El pasado 31 de mayo, las tres llegaron allí por primera vez. No se conocían entre ellas. No sabían exactamente qué esperaban. Pero todas vivieron algo que les cambió algo por dentro: la sensación de haber llegado, por fin, a un lugar que les pertenece.
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La influencer catalana, curtida en eventos, galas, conciertos, mil focos y mil fotos, llegó sin esperar demasiado. “Nada me sorprende ya”, decía casi como un escudo. Pero aquí algo le removió. Caminó entre la gente sin ansiedad, sin miedo, sin poses. Se sintió tranquila, respetada. “Es la primera vez que puedo ir por un festival sin sentirme en guardia”, dijo. Se hizo fotos con muchas seguidoras, sonriendo desde el alma, sabiendo que era referente para muchas chicas jóvenes… y también agradecida por formar parte de algo donde no era solo “la influencer”, sino una más entre muchas.
La mochilera argentina aterrizó sin planearlo. Una amiga la invitó casi de rebote, sin mucha explicación. Ella aceptó. “No tengo idea a qué vamos, pero dale, vamos”. Y al llegar, lo supo. Era su sitio. Aunque ha viajado por decenas de países, nunca había estado en un festival donde se sintiera así de cómoda, de libre, de abrazada sin ser tocada. Bailó sola. Habló con desconocidas que al final de la noche se convirtieron en aliadas. No necesitó a nadie más. Estaba en casa.
La periodista venezolana, con media vida vivida en Madrid, lo vivió diferente. Fue a trabajar. A cubrir el evento. A contar lo que allí pasaba. Y aun así, salió transformada. Desde el primer momento, el equipo del festival —un grupo de mujeres increíbles que se dejan la piel por hacerlo posible— la acogió como una más. Corrió de un lado para el otro por el escenario, entre entrevistas, luces, artistas como Lía Kali, La Mare, Vanesa Martín, Peta Zeta… todas ellas abiertamente queer, todas referentes, todas poderosas. Pero lo que más le impactó no fue el show, sino el público. Las miradas. Las lágrimas. Las sonrisas.
Dos adolescentes, con purpurina en la cara y fuego en los ojos, coreaban cada letra con una emoción que desbordaba. Y entonces lo entendió todo. Se vio reflejada en ellas. Pensó en esa adolescente que fue, la que nunca tuvo un lugar así. Y sintió un nudo en el pecho: un poco de envidia por no haberlo tenido antes… y una gratitud inmensa por poder vivirlo ahora.
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Fulanita Fest no es solo un festival. Es una declaración de existencia. Un espacio donde las mujeres queer —de todas las edades, colores y formas de amar— pueden ser exactamente quienes son, sin dar explicaciones. Un lugar donde los hijos e hijas de parejas lesbianas y diversas juegan, ríen y crecen sabiendo que el amor no tiene un solo molde.
Esto no es solo un artículo. Es un homenaje. A todas las mujeres que lo hacen posible: Lara, Bea, Lau, Bosska, y tantas más. A todas las que sueñan, producen, arman, desmontan, gestionan, cantan, bailan, abrazan y luchan.
Y también es un llamado: esto existe. Y no debería existir solo aquí.
Fulanita Fest debería estar en cada ciudad del mundo. En Buenos Aires. En Caracas. En Ciudad de México. En Berlín. En Santiago.
Porque todas las mujeres merecen un lugar donde el amor, la libertad y la alegría sean norma, no excepción.
Nos vemos el año que viene.
Y ojalá, muy pronto, también nos veamos en otros rincones del mundo.