El Gobierno de El Salvador construyó el Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot) como parte de su lucha contra las pandillas que asolaron a la población durante décadas.
La prisión es como una estación espacial, sombría como un gulag. El presidente salvadoreño, Nayib Bukele, ha declarado que ningún preso saldrá vivo del lugar y que vivirán vidas desprovistas de comodidades.
Pero el Módulo 8 es diferente. Alberga a los 238 venezolanos que Estados Unidos deportó en marzo bajo una orden de emergencia que los calificó de pandilleros del Tren de Aragua. Funcionarios de la administración Trump insistieron en que todos eran delincuentes, algo que informes posteriores han revelado como falso.
Gritos de libertad en el Cecot
Un fotógrafo de la revista Time ha visitado 3 veces el Módulo 8 del silencioso casi siempre silencioso Cecot.
Cada vez se preparaba para el inquietante silencio forzado que envuelve al Cecot. Pero esta unidad es diferente. Los venezolanos corean «¡Libertad!» y «¡Venezuela!».
Proclaman su inocencia tan fuerte que se les oye desde afuera. Treparon las rejas y ondearon camisas blancas como banderas de rendición. Algunos pidieron teléfonos para llamar a casa. Algunos gritaron maldiciones. Ningún guardia se acercó para detenerlos. Pero los guardias tampoco permitieron que los visitantes se acercaran.
Menú mejorado
El Módulo 8 es inquietante no por su crueldad, sino por su casi misericordia en comparación con el resto del Cecot y con el sistema penitenciario de El Salvador. Los detenidos cuentan con colchonetas para dormir, sábanas y almohadas. Comen de un menú mejorado que a veces incluye hamburguesas. Tienen acceso a algunos instrumentos de escritura.
El fotógrafo de Time preguntó a las autoridades salvadoreñas por qué hacen excepciones con los extranjeros. Nadie ha dado una respuesta. Quizás sea porque saben que estos reclusos algún día serán liberados. Quizás sea porque creen que no son los mismos demonios.




