Varios vecinos se congregan en la parte delantera de una casa del barrio Los Pescadores, al norte de Maracaibo, en el Estado venezolano de Zulia, un sitio con calles sin asfalto, donde un día no llega el agua y al otro se inunda cuando llueve, y donde pocas veces tienen gas.
Parece un lugar del que todo el mundo ha pensado huir en algún momento. Junto a los vecinos, hay varias madres que no paran de llorar. Es lunes, 17 de marzo, y poco a poco han comenzado a descubrir rastros de sus hijos en las imágenes difundidas de las casi 300 personas enviadas al Centro del Confinamiento del Terrorismo (CECOT) por la Administración de Donald Trump, que puso en las manos del presidente salvadoreño Nayib Bukele a decenas de presuntos miembros de la banda criminal Tren de Aragua. Nadie le dijo a esas madres que se trataba de sus hijos, nadie las llamó para confirmar que habían sido deportados, pero no hay quien conozca a sus muchachos mejor que ellas, que los han ido identificando, poco a poco, por un tatuaje, una oreja, el cuello, o la forma en que llevan la cabeza afeitada. Algunas no pueden con tanto horror.
“Mi hijo no tiene ni antecedentes penales, mi hijo es un muchacho bueno, trabajador”, dice antes de romper en llanto Mercedes Yamarte, en un video que grabó su sobrino Jair Valera para que el mundo conociera que ni su primo Melvin Yamarte, ni el resto de los vecinos también enviados a El Salvador, son criminales ni parte de ninguna pandilla. “Nuestros familiares se entregaron voluntariamente a los Estados Unidos porque estaban pasando necesidad, tenían hambre, no tenían trabajo, no tenían cómo estar allá. Se entregaron y lo que hicieron fue deportarlos para El Salvador”, asegura Valera.
Mercedes estaba scrolleando en TikTok cuando chocó con el escalofriante video en el que una manada de hombres rapados y vestidos de reclusos entran al CECOT, después de que Trump burlara la orden de un juez y apelara a la Ley de Enemigos Extranjeros de 1798 para llevar a cabo esta deportación inmediata. Ella no podía creer que se tratara de su hijo, pero el físico era inconfundible. Melvin, de 29 años, aparecía en una imagen arrodillado, con una camisa negra rasgada, con la cabeza rapada. Lo otro que tiene Mervin, y que no tiene nadie más, son los tatuajes en su cuerpo: uno dice el nombre de su hija de seis años, otro dibuja unas manos entrelazadas en honor a su pareja, y en un tercero se lee “Fuerte como mamá”, una declaración de amor a Marcedes. Ninguno apunta a que Mervin pertenezca a las filas de algún grupo criminal.
“Sus ojos me pidieron a gritos que lo ayude”, declaró la madre al medio independiente venezolano El Pitazo. “Esa imagen no sale de mi mente. Es como si me dijera ‘qué mal hice yo’”. Mercedes no puede negar que el mundo se le “partió en mil pedazos” tras ver a su hijo en tales condiciones. “Somos personas humildes y no tenemos delincuentes. Nos ha costado mucho trabajo tener nuestras cosas. Mervin no tuvo papá, pero tuvo una madre guerrera que trabajó bastante por ellos. Mis hijos son iguales, no se merecen esto”.
En su natal Zulia, Mervin, un amante del fútbol, se había graduado de bachiller y trabajaba impermeabilizando techos. En 2023, emprendió la travesía por la Selva del Darién que han recorrido también millones de venezolanos durante la última década. Una vez en Estados Unidos, el chico se instaló en Dallas, Texas. Todo iba bien hasta que el joven avisó a su madre de que había sido detenido el 13 de marzo por agentes de inmigración, que entraron a su departamento y cargaron, además, con los cuatro amigos con los que vivía y con los que había crecido en el pueblo de Los Pescadores. Le contó que les habían hecho firmar unos documentos y que serían deportados. Lo que nunca imaginaron era que, en lugar de llegar en un avión a Caracas, Mervin aterrizaría como un sujeto peligroso en El Salvador.
Cuando Mercedes vio que su hijo era uno de los más de 300 reclusos enviados a la mega cárcel salvadoreña, el resto de las madres vecinas también comenzaron a averiguar si los suyos estaban entre ese grupo de deportados. Lamentablemente, distinguieron a Ringo Rincón, Andy Javier Perozo y Edwuar Hernández. Ahora, en el video grabado desde el portal de una casa del barrio, no hacen más que llorar ante la incertidumbre de lo que va a suceder con cada uno de ellos, sus hijos, que ninguno pasa los 40 años.
“Mi hijo tampoco pertenece a ningún Tren de Aragua, él se fue buscando un buen futuro para su hija”, dijo ante la cámara del teléfono de Jair Valera la señora Yareli Herrera, madre de Hernández. “Mi hijo se fue por un buen futuro y mira lo que hicieron con ellos, engañarlos, eso es lo único que han hecho. Son unos muchachos sanos, pueden averiguar todo lo que quieran”, añade entre llantos la madre de Perozo. La esposa de Rincón, con quien tiene tres hijos, apenas alcanza a balbucear que “él se fue por un buen futuro” para ellos. Luego un llanto ahogado le apaga la voz.
Estas mujeres no son las únicas que ahora buscan a sus hijos o esposos, en medio del horror que les despierta la posibilidad de que puedan estar en El Salvador. La venezolana Mirelys Casique también ha aparecido en videos de redes sociales y en varios medios pidiendo ayuda para llevar a su hijo de vuelta a su país. Francisco García, de 24 años, está en el grupo que llegó a El Salvador el fin de semana como parte del plan de Trump de limpiar al país de emigrantes, y para lo que se apoya en el hombro de Bukele. El salvadoreño aseguró en X que Estados Unidos pagará una cuota muy baja por estos reclusos —que por el momento podrán permanecer en la cárcel por el período de un año—, pero que significa una muy “alta” para ellos.
Hasta el sábado, Casique pensó que su hijo, barbero de profesión, iba a ser deportado a Venezuela. El joven la había llamado para confirmar que lo expulsarían de Estados Unidos. Fueron sus hermanos los que lo reconocieron en una de las duras fotografías difundidas desde el país centroamericano. “Es él, es él (…) yo siempre lo afeité desde bebé, le reconozco su fisonomía (…) ahí se le ve el tatuaje”, dice la madre cuando lo reconoció entre el grupo de reclusos, según contó a BBC Mundo. “Mis hijos empezaron a buscar por internet todas las informaciones referentes a los aviones que habían llegado a El Salvador, buscaron fotografías en todos los medios (…) empezaron a hacer zoom donde estaban sentados ya con los uniformes blancos, dentro de las cárceles, y ahí fue donde lo reconocimos por sus orejas, su cuello”.
Otras madres también han sentido el mismo sobresalto al descubrir la imagen de sus hijos divulgada en los medios o las redes sociales. El hijo de 19 años de Carmen Reyes estaba en el grupo. “Él no tiene antecedentes penales en Venezuela. El delito que tenía era por conducir sin licencia, no es justo que lo hayan enviado a esa cárcel tan horrible”, dijo la mujer a Telemundo. Otras como Mariela Villamazir desconocen el paradero de sus hijos y solo piden saber si también fueron enviados a El Salvador.
Mientras la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, insiste en que se trata de “terroristas” y “monstruos atroces” que fueron detenidos para salvar “innumerables vidas estadounidenses”, los familiares de estos jóvenes sostienen que no existen pruebas de que al menos ellos tengan antecedentes criminales.
Desde el portal de la casa del barrio Los Pescadores, Jair Valera, el primo de Melvin, le dijo a Bukele a través del video difundido que mirara cómo “tiene desesperadas” a las madres venezolanas: “Lo único que le pedimos de Maracaibo, Estado Zulia, es que investiguen bien los casos, no todo el mundo pertenece al Tren de Aragua. Mi primo no pertenece al Tren de Aragua”.