Pese a su frágil estado de salud y en plena convalecencia, el papa Francisco sorprendió este Jueves Santo al visitar la cárcel romana de Regina Coeli, reafirmando su compromiso con los más olvidados. La visita, que no figuraba en su agenda oficial, fue un gesto personal cargado de simbolismo, especialmente en una Semana Santa marcada por su reciente internación por una neumonía.
El pontífice, de 88 años, llegó al penal a bordo de su característico Fiat 500 blanco a las 14:55 (hora local), y fue recibido por la directora de la institución, Claudia Clementi, y su equipo. Durante media hora, el Papa se reunió de forma privada con unos 70 reclusos que lo recibieron con aplausos, vítores y palabras de agradecimiento.
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“¡Gracias padre!” y “¡Libertad!” fueron algunos de los gritos que se escucharon mientras el Papa, en silla de ruedas, ingresaba al área central de la prisión acompañado por su enfermero y uno de sus secretarios, el sacerdote argentino Juan Cruz Villalón. En su mensaje, Francisco explicó que, aunque no pudo realizar el tradicional lavado de pies por su estado físico, quiso mantener viva esa cercanía: “Este año no puedo hacerlo, pero puedo y quiero estar cerca de ustedes y rezo por ustedes y sus familias”, expresó.
La emotiva visita culminó con una oración en conjunto del Padre Nuestro y la bendición papal. Al salir, y ante un grupo de periodistas, el Papa bromeó al ser consultado por su salud: “Estoy sentado”, dijo entre sonrisas, demostrando que su humor sigue intacto. También compartió una reflexión: “Cada vez que entro a una cárcel me pregunto: ¿por qué ellos y no yo?”.
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Este acto espontáneo y valiente del Pontífice se suma a una tradición que mantiene desde sus años como arzobispo de Buenos Aires: celebrar el Jueves Santo en cárceles, hospitales o lugares de sufrimiento. Aunque este año no pudo realizar el rito del lavado de pies, su presencia fue más que suficiente para conmover a todos los presentes.